jueves, 27 de septiembre de 2012
HUELLAS
Lectura Obligada
para la Provincia
de Puerto Plata
Por César Matos
(cesarmatosrd@yahoo.com)
República Dominicana
LECTURA DE TAPA A TAPA
Como coordinador de
la revista REDOMAR, me he interesado por conocer los sueños, inquietudes y las
necesidades que motorizan el día a día de los profesionales ligados al
desarrollo del campo dominicano.
“El campo dominicano tiene su historia, y
este ensayo pretende recoger algunas de las costumbres y tradiciones que marcan
la vida en el medio rural, en aquellos años en que los medios modernos de
interrelación entre las personas y grupos sociales eran inexistentes.
A
LA VUELTA DE
LA GALLERA
El reloj marcaba
las seis de la tarde, y Arturo regresaba de la gallera galopando sobre su
caballo rusillo. Era un sábado de la última semana del mes de abril. Arturo
había cumplido 19 años, y desde que alcanzó la mayoría de edad, Enemencio, su
padre, acostumbraba llevarlo con él a disfrutar de las peleas de gallos.
A su paso por El Palito[1] ignoró a todos los que
allí se encontraban. Ni siquiera Jando[2] logró detenerlo.
− ¿Qué te pasa Flinflín, que vas
con tanta prisa?
−, le voceó Jando, sin lograr ninguna reacción del
muchacho, que daba la impresión que se había tomado algunos tragos durante su
permanencia en la gallera.
Arturo pasaba la
mayor parte de su tiempo trabajando en los conucos de la familia. Era el mayor
de los varones y el segundo de los seis hijos de Enemencio y Agustina. Desde
que salió de la escuela a la edad de 13 años, luego de realizar el cuarto de
primaria (que era el último curso que se impartía en la comunidad) había
asumido el compromiso de cuidar y ordeñar el pequeño ganado de la familia. Sus
padres vivían orgullosos de él.
Cuando se acercaba
a su hogar, Arturo divisó en el camino delante de él, al grupo de muchachas del
Vecindario, a las que denominaban “Las Hijas de María”. Ellas habían salido de
los ensayos que se llevaban a cabo en la iglesia, para la celebración del Mes de las Flores[3] que iniciaría en pocos días.
A pesar de la prisa que llevaba, Arturo se fue quedando rezagado en
compañía de María, con la aparente complicidad de las demás integrantes del
grupo.
La intimidad de la
conversación fue interrumpida cuando se encontraron con Ramón[4], un personaje que
a pesar de su demencia no desperdiciaba ninguna oportunidad para piropear a
todas las muchachas con que se topaba.
Los tragos
ingeridos por Arturo lo habían transformado de un muchacho de poco hablar en un
locuaz conversador, cuyas palabras le fluían con gran facilidad.
−Prepárate que te vas conmigo esta
noche− le dijo Arturo a la muchacha.
−¡Tú estás loco! − le
respondió ella sorprendida.
−Ya no soporto estar solo. A las
ocho te voy a buscar, así es que alístate− agregó Arturo en forma
imperativa.
DECIDIDO
A LLEVÁRSELA
El muchacho tenía
la firme determinación de empliarse[5]
esa noche, y eso nadie lo impediría, sobre todo si María le correspondía.
Ultimados los
arreglos con su hermana Taty, Arturo comenzó a delinear sus estrategias para
dirigirse a robar a su pretendida. Al
recibir la noticia, Agustina reaccionó airada, y culpó a su marido de ser el
responsable de la aventura que pretendía llevar a cabo su hijo.
−El sinvergüenza de tu papá es
quien le ha metido eso en la cabeza al muchacho− dijo a Taty.
No obstante lo dicho, Agustina ayudó a su hija a arreglar la cama y a organizar
el cuarto donde Arturo alojaría a la muchacha.
−Esa cama hay que atezarla−
comentó Agustina, al notar las condiciones de la camita colombina de plaza y
media en que dormía su hijo. Después de todo, la habitación lucía limpia,
bonita y ordenada, dejando sentir el refrescante y rico olor de las azucenas
que se esparcía por todo su interior.
MARÍA
EMBROLLADA
Al llegar a la
casa, María se internó en el cuarto que compartía con su hermana Leticia, la
cual tenía 13 años. La familia estaba compuesta por su padre Jacinto, su mamá
Catalina, y cinco hermanos, tres hermanas y dos varones. Carmen, la mayor de
los hijos, hacía más de cuatro años que había formalizado familia. Los varones
eran Pablo, de 18 años y Pedrito, de 9. La familia de María era más humilde que
la de Arturo.
La oscuridad había
arropado el humilde bohío y María permanecía metida en su habitación. Ella
sintió el movimiento de la cuerda del tendedero, lo que indicaba que Arturo
había llegado. Nerviosa y embrollada, se movía en el interior del cuarto
buscando la oportunidad para escaparse por la ventana.
También se escuchó
el sonido de una piedrecita que golpeó la ventana de la habitación. Ella tomó
una “lámpara jumeadora”[6] y se dirigió a la letrina.
Cuando entraba a la caseta del retrete, divisó a Arturo que se movía en
dirección a ella. Colocó la lámpara sobre el cajón, y partió con su novio en
forma apresurada.
Al notar su
prolongada ausencia la madre fue a averiguar por qué su hija no regresaba. Al
ver solo la lámpara en el retrete supo que su hija se había ido con el novio.
−Pues seguro que se fue con ese
hijo de la mala leche. Eso era lo último que faltaba, que ese desgraciado trate
de burlarse de nosotros− prosiguió diciendo el encolerizado padre.
−Si ella tomó esa decisión, lo
mejor será dejarla−, agregó la mamá de la muchacha.
DINÁMICA
DEL VECINDARIO
Casi todas las
familias disponían de un predio, en el cual se sembraban frutos menores como
yuca, batata, plátano, guineos, maíz, guandules y habichuela, para el
autoconsumo y venta de los excedentes.
Otros trabajaban
como jornaleros en los predios de los que tenían terrenos o en las labores
agrícolas del ingenio Amistad, especialmente en el corte de la caña, así como
en la recolección de café.
El Vecindario se
caracterizaba por la presencia de una gran vegetación, en la que abundaban
plantas y arbustos predominantes en los bosques húmedos. El nombre de Palmar
grande viene de la cantidad de palmeras que había. Además de la rica y variada
flora, se destacaba por la existencia de una variada avifauna en la que
predominaba una multiplicidad de aves silvestres, como cuervos, palomas,
tórtolas, rolas, ciguas palmeras, carpinteros, perdices, guineas, lechuzas,
guaraguaos, barrancolíes, zumbadores, judíos y chinchulines, entre otras.
El “agua del manejo”[7]
se extraía de los ríos, arroyos y manantiales. Los vecinos en su mayoría eran
gente humilde.
HECHO
CONSUMADO
El canto de los
gallos despertó bien temprano a Arturo. La oscuridad todavía arropaba la
habitación. Buscó a tientas el foco y comenzó a vestirse en silencio, tratando
de no provocar ruidos que despertaran a María. Ella, a pesar que sintió los
movimientos, se mantuvo como pasmada, arropada de pies a cabeza. Sentía apuro,
no tanto ante Arturo, sino de cuál sería la reacción de la familia de éste
cuando descubrieran su presencia.
Carmen, la hermana
mayor de María, llegó tempranito a la casa de sus padres. Ella se había
enterado de la fuga de su hermana con Arturo. A su llegada vio a Jacinto en una
ventana con su cuerpo desnudo dela cintura hacia arriba, cepillándose los
dientes y con un jarro de agua en la mano. En el potrero alcanzó a ver a Pablo
ordeñando la vaca. Éste se había levantado tan pronto emergieron los primeros
rayos de sol, debido a que Pedrito, su hermano menor, se había orinado y mojado
la cama en que ambos dormían, obligando al joven a permanecer sentado en una
silla desde la madrugada.
Un inusitado
silencio envolvía todo el entorno del bohío. Desde que amaneció, hasta la
llegada de Carmen, nadie había pronunciado una sola palabra. Esa mañana un
amigo de ambas familias, llamado Miguel, partió con una nota escrita departe de
Arturo para los padres de María, Jacinto y Catalina. El joven se desmontó del
burro e ingresó a la cocina:
−Vine a traerle este papelito que
le enviaron de done doña Agustina− prosiguió Miguel. La mujer tomó
el papelito y se lo pasó a Carmen para que se lo leyera. Y esto era lo que decía la nota:
“Don Jacinto y doña Catalina.
La prenda que se le perdió
anoche, está en mi casa.
Arturo Rodríguez.”
QUIEN
SE CASA, CASA QUIERE
María se mantuvo
todo el día encerrada en el cuarto y sin dejarse ver de los padres de Arturo.
Por momentos se mantenía en compañía de su marido, y otras veces de Taty.
Carmen fue a visitarle
en horas de la tarde, con quien
compartió sobre el enfado que tenía su padre. Sin embargo, su hermana la calmó
diciéndole que no se preocupara, que con el paso de los días seguro éste se
apaciguaría. Le dijo que la principal preocupación de Catalina era que Arturo
la llevara al altar, y además el hecho de que Arturo se la llevara sin tener
una casa donde mudarla.
− “Quien se casa, casa quiere” −, le
dijo Carmen a María que le había dicho su madre para que se lo transmitiera.
En tanto Margarita,
una niña de cuatro años, entraba a cada instante a la habitación, y abrumaba a
María haciéndole preguntas propias de las ingenuidades de su edad:
−¿Cuándo tú te va pa’ tu casa?,
¿Dónde tú va’ a dormir esta noche?, ¿Tú no tienes casa?, ¿Y por qué no duermes
con nosotros allá adentro?
− Eran preguntas que le formulaba la niña a María
insistentemente, dejándola desarmada e inventando respuestas incoherentes y
vagas.
MATRIMONIO
OBLIGADO
Honrando su
compromiso, el viernes bien temprano los dos jóvenes estaban camino a la Oficialía para
comparecer a formalizar el matrimonio.
Consumado el
matrimonio, los desposados regresaron en horas de la tarde al Vecindario,
acompañados de los testigos. María y su hermana resplandecían de felicidad.
Arturo en tanto, aunque no dejaba ver su enojo, estaba atormentado por el
compromiso asumido de presentarse a marchar en los próximos días, como había
acordado con el instructor, pues había que cumplir con las disposiciones del
Jefe.
Cierro comillas. ”
Son 164 páginas de un
muy ameno, cautivante y entretenido laberinto literario, que nos revela el
ingenio del autor. Esta novela me deja gratamente impresionado, por su
asombrosa sencillez en el uso el lenguaje, que no deja de ser contundente,
descriptivo, expresivo y creativo.
Ismael Cruz Medina queda al descubierto como un verdadero maestro de
este género literario. Mi deseo es que Dios le bendiga más todavía, y que pueda
llevar mucho fruto para bendición de muchas generaciones de lectores.
[1]
Principal punto de encuentro del Vecindario.
[2] Apodo
de Alejandro, en este caso de Alejandro Ventura, personaje del Vecindario.
[3] Mayo
es el mes de las flores.
[4] Ramón
Silverio, personaje muy popular que padecía de trastornos mentales.
[5]
Término campesino empleado cuando un joven se mete en familia.
[6]
Lámpara hecha de pequeñas latas recicladas con una mecha de trapo y usaba gas
kerosén por combustible.
[7] Es el
agua que se utiliza en las labores e limpieza, e incluso para cocer alimentos,
no se usa para tomar.
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