miércoles, 19 de mayo de 2010
Los verdugos de La 40 querían conquistarme
Por haber presenciado a sus padres guardando en un escondite de su casa las armas de los expedicionarios de la gesta patriótica del 19 de junio de 1949, que pretendía derrocar a la tiranía de Trujillo, Miriam Morales sabía que tarde o temprano la buscarían.
Apenas tenía 15 años, pero desde niña supo que en su país se vivía una situación desesperante, por las conversaciones que oía de los adultos y por los relatos que hacían los mayores de que los americanos tiraban tiros y que moría mucha gente en las refriegas montoneras.
Diez años después de aquélla fracasada invasión de Luperón, otros expedicionarios antitrujillistas volvían a intentarlo y en esta ocasión ella estaba comprometida con la conjura.
A los 25 años de edad, metida en la conspiración, estaba preparada para lo que viniera, y cuando la fueron a buscar, en la flor de su juventud y con una hija de dos años, ya tenía puesta la ropa de “pelea”.
Esta sobreviviente del régimen dictatorial de Trujillo se había confeccionado un pantalón fuerte, bien forrado, con muchos bolsillos, para resistir a los chuchos que suponía recibiría en la cárcel de La 40, adonde ya habían llevado a algunos de sus compañeros de la invasión de Constanza, Maimón y Estero Hondo, de 1959.
Fue por eso que cuando se vio en aquél cuarto oscuro, lleno de instrumentos de tortura, escuchando gritos de dolor de sus amigos por los golpes que les propinaban los miembros del Servicio de Inteligencia Militar (SIM), no se atemorizó.
Su inteligencia fue mayor a la de los militares. Prestando firme atención a la procedencia de esos gritos se pudo dar cuenta de que el sonido no se estaba produciendo en ese momento, sino que se trataba de una grabación de anteriores escenas de torturas que le estaban poniendo en un disco “long play” para amedrentarla.
Pero como se percató de esa intención, al escuchar la agujita cuando cayó sobre el disco “tac”, inmediatamente supo que se trataba de un sonido preparado para que temiera por su vida y dijera todo lo que sabía. Le habían adelantado que sólo tenía que delatar a dos de los componentes de su “célula” revolucionaria para que se salvara de una tortura.
Como ese método no funcionó con ella, que seguía firme y preparada para lo que fuera, los militares procedieron a exponerla frente a Walter Escaño, mientras lo torturaban en la silla eléctrica. El padre de Miriam, Agustín Francisco Morales Castellanos, le había dicho que hay que ser fuerte para superar las pruebas, y el mensaje quedó grabado en su mente.
Según explicó al recibir en su casa de Puerto Plata al equipo de investigación de LISTÍN DIARIO, encabezado por su director Miguel Franjul, a ella no la maltrataron porque habían fracasado con todo lo que le hicieron a Tomasina Cabral, al desnudarla y aplicarle la picana eléctrica frente a sus compañeros del movimiento que ya habían sido torturados, y ésta no se doblegó.
“Lo último que hicieron para conquistarme, al ver que no lograban nada, fue ponerme con una calié. Era un hombre vestido de mujer, dizque llamada Dolores Tejada, con unos bigotitos y escondía los brazos para que no le vieran los bellos. Era gordota y decía que era nuestra compañera. Pero yo sabía lo que era. Ella decía que se pasaba cartas con alguien de Cuba y era para que yo dijera. Yo tenía comunicación con Gregorio Goya San Pedro, pero nada, yo la iba a ahorcar un día para que se callara porque no me dejaba dormir preguntando cosas”.
Pero también, agrega Miriam, le mandaron a un médico, el doctor Antonio (Toño) Vásquez, para que la viera y dijera que ella estaba loca porque se había resistido a todas las pruebas.
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