Fue claramente una política cuando le pidió al presidente francés, Nicolas Sarkozy, seguir luchando por los rehenes de las FARC. También fue política cuando le pidió a los rebeldes que pongan fin a una lucha sin sentido. Sin embargo, de tanto en tanto, afloraban las emociones.
“Quisiera abrazar a cada uno de ustedes”, dijo en el Palacio del Elíseo, ante una nutrida concurrencia, y luego perdió la voz por un momento. Hace mucho que en el salón de fiestas del Elíseo no había un clima tan distendido como el del viernes por la tarde, cuando llegó Betancourt.
“!Ingrid está libre! !Ingrid está libre!”, exclamaron los presentes, que interrumpían cada tanto sus palabras con aplausos. Muchos se emocionaron hasta las lágrimas con los relatos de sus penurias. La esposa de Sarkozy, Carla Bruni, se pasó la mano por los ojos llenos de lágrimas y abandonó discretamente el podio.Betancourt dijo que había sido terrible estar en la selva. “Teníamos que caminar todo el tiempo, todo tipo de bichos volaban sobre nuestras cabezas, detrás nuestro caminaba alguien armado que nos pedía que camináramos más rápido”, contó. “En ese mundo hostil sólo había Dios, y ustedes. Sabía que tenía el amor de ustedes”, confesó. Contó que otros rehenes lo pasaron peor porque tenían la sensación de haber sido abandonados por el mundo.
En el último video difundido de su cautiverio, en el que se la veía profundamente abatida, se mantuvo en silencio a propósito. “Era mi única posibilidad de negarme”, explicó.
Con elegancia evitó responder a las preguntas sobre su futuro político. “Estoy tan contenta de tener una agenda libre que podré llenar con puras alegrías”, dijo. Contó que quería pasar sobre todo tiempo con su familia, que vive desperdigada en distintos lugares -su hija en Nueva York, su hijo en París y su madre en Bogotá-. “Soñé tanto con nuestro reeencuentro. Me imaginé cada momento”, contó. Incluso imaginó que su madre la confundiría con su hermana Astrid cuando la llamara por primera vez, lo que de hecho sucedió.
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